21.4.11

La bachata y la máquina del tiempo


Bachata es igual a bolero-son, más el sabor del orégano, el color de las cayenas, la textura de los saltos de agua de las cordilleras, y otras especias dominicanas. La bachata es hija natural del bolero: 4 x 4 más un requinto añoñado, primo segundo del timbre de la Kora, ese laúd que se toca en Senegal.

La bachata nació desvalida y prejuiciada, en los lupanares, de cigarro en cigarro, con el aroma del ron más chismoso y corrosivo y con el trasfondo del sonido de las cortinas chinas de los cabarés.

La noche del lunes, debutó en Jet Set, la máquina del tiempo del género que, gracias a Juan Luis Guerra, Aventura y Monchy y Alexandra logró internacionalizarse décadas después. Comenzó en los 60 y 70 con José Manuel Calderón, Luis Segura (El Añoñaíto), Inocencio Cruz y las pleberías de Blas Durán, entre otros, -quienes aún no se encuentran dentro de esta producción de Lenin Ramírez, parecida al Buenavista Social Club, pero del amargue, algunos supuestamente por falta de acuerdo económico). Pero los que están, logran dar ese retrato de familia: Bolívar Peralta, Ramón Torres “El Poeta”, Juan Bautista, Ramón Cordero, Leonardo Paniagua y Félix Cumbé. Sustentados en un maravilloso trabajo de arreglos y ejecuciones de los sinfónicos de la bachata: Mártires de León y Davicito Paredes.

Cuando Peralta-voz engolada, saco grande, canas, espejuelos- arrancó: “tendrás que llorar/ soñando conmigo…” con En caballos blancos, se entró al túnel del ayer, por donde siguió con Que vuelva mi morena; En las olas y Como me gusta esa hembra.

El Poeta, -se dice que inspiró junto a John Lenon, Bachata rosa a Juan Luis Guerra- alto como una torre, espejuelos oscuros, sombrero alón y gabán, hizo La carta (2 veces); Lindas palabras; Ya volvió y Lo que pasó.
Juan Bautista, ojos saltones, traje bataólico, príncipe amargado, desmuelado y melodramático, casi ranchero, lloró de canto a canto con Asesina sin matar; La guitarra mía; La casita de mi madre; El entierro y Por mala fe.

En negro cerrado subió Ramón Cordero, con su cara de indio colombiano y su melodramatismo en los labios para Condenado a la distancia; Manantial de amor; Morenita mía; Mal herido y El último adiós.

Tras él Leonardo Paniagua con voz un poco gastada hizo Ella se llamaba Martha; Chiquitica; Si ardiera la ciudad y Fue de los dos.

Casi a las 3 de la madrugada subió Felix Cumbé, de blanco impoluto y su propia banda con Esa boca; Se desprendió mi corazón y Chiqui, chiqui, chí, entre otros.

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